jueves, 22 de mayo de 2008


Esta es una historia para los amantes de los perros.
Erase un chico que vivía sólo con su perro. Este era ya muy mayor y tenía continuos achaques. Había sido, como todos ellos, un compañero fiel y leal y un amigo entrañable. Por eso, el hombre se encontraba bastante triste porque veía que el final se acercaba.
Por motivos de trabajo inexcusables, y muy a su pesar por tener que abandonarle, el chico tuvo que irse 15 días fuera. Dejó al animal al cuidado de unos amigos de su entera confianza advirtiéndoles de su delicado estado de salud, y emplazándoles para que al menor síntoma de empeoramiento le llevaran raudo al veterinario.
El caso es que a los dos o tres días de marcharse, el perro se empezó a encontrar mal. Le llevaron al veterinario y éste, ante el estado en que se encontraba y dado que no había posibilidades de curación les planteó ponerle una inyección que acabara con su vida. Los amigos, indecisos por tomar una decisión tan drástica sin conocimiento de su dueño, le preguntaron si el perro estaba sufriendo a lo que les respondió que probablemente no, y que tampoco pasaba nada si se lo llevaban de nuevo a casa y le instalaban cómodamente porque lo más probable es que moriría de muerte natural en las próximas horas.
Así hicieron y se llevaron al perro de vuelta a casa. Pasaron las horas. El perro yacía, aparentemente tranquilo, en un lugar confortable de la casa. Apenas se movía, ni comía ni bebía. Entre varios lo sacaban a la calle para que hiciera sus necesidades, cosa que hacía con gran dificultad.
Pero el perro seguía vivo y aparentemente no sufría por lo que la idea de la inyección letal fue desechada completamente al menos hasta que el dueño regresara. El veterinario llamaba por teléfono puntualmente sorprendido de que el perro aguantase con vida.
Finalmente, llegó el día del regreso del dueño. El perro llevaba una semana con los imperceptibles movimientos de su respiración como única señal de que seguía vivo. Decidieron montarle en el coche para que le acompañara al aeropuerto y su amo viera en qué estado se encontraba el pobre.
Una vez en el aeropuerto, el perro se quedó en el coche al cuidado de uno de ellos y los otros fueron a recibir al que llegaba y a contarle lo que sucedía. Arribado este y puesto en antecedentes, corrió al coche a ver el estado de su viejo amigo. El perro, alertado por sus sentidos de quién venía, saltó como un resorte del asiento del coche y corrió ladrando como loco con un fuelle milagrosamente recuperado tras tantos días de lenta agonía. El recibimiento fue épico con los dos amigos abrazados llorando.
En el viaje de vuelta del aeropuerto a casa, acostado el perro sobre las piernas de su dueño, decidió que ya había aguantado bastante y, emitiendo un suspiró algo más fuerte de lo habitual, murió en sus brazos. Había conseguido despedirse de su amigo y había muerto en paz.

2 comentarios:

Atrus dijo...

Es el mejor regalo que te ha podido dar tu fiel amigo, el mio me lo dio hace unos años, murio entre mis brazos una mañana de enero. Recuerdalo siempre.

Breken dijo...

Oh, que bonita historia